30 may 2011

UN VIDEO Y UNA REFLEXIÓN

-       1-0: Desalojo frustrado en Barcelona
Pese a todo no pudieron, pese a todo tuvieron que retroceder. La rabia, la desesperación de la gente ganó la batalla. Un desproporcionado despliegue policial que sólo ha servido para fortalecer el movimiento. Ahí están las imágenes:



-       Con la mirada dirigida hacia la línea del horizonte
Pero ¡ojo!, los enemigos del cambio no están sólo en los medios represores del “establishment”. Existen otros peligros encarnados en ciertas actitudes y esquemas de pensamiento que pueden también, en mi opinión, socavar la fuerza de ese movimiento –o de cualquier otro- desde dentro, desde los propios ciudadanos/as bienintencionados y “correctos” que estamos contemplando –o incluso participando activamente en- los acontecimientos. He aquí algunos de ellos:

 -                 Creencias procedentes de la interiorización del lenguaje del poder (establecido) o/y de otras voces del entorno (familia, cultura, etc.) y que no han pasado por un cuestionamiento y reflexión madura, tales como “si no votas, no puedes reclamar”, “si quieren cambiar algo que se constituyan en un partido político”, “si no votamos a PSOE o PP es un voto perdido, o (en otra versión) ¿vas a votar a los comunistas?”, “éstos lo que no tienen es ganas de trabajar”,sin duda, hay gente bienintencionada (en este movimiento) pero también hay muchos X (llámese radicales, violentos, irresponsables, gente que va a fumarse un porrito, despistados, etc.)”, “si yo tuviera 25 años, también estaría entre los acampados (pero ahora tengo más experiencia y no soy tan ingenuo)” y que, en definitiva, vienen a decir que la gente seria y responsable encuentra otros cauces para canalizar su malestar y que, al fin y al cabo, tampoco estamos tan mal y/o que con un cambio de gobierno las cosas cambiarán realmente.
-                 La indefensión o desesperanza aprendida (de la que hablo en otro apartado) y que, como dije, nos puede llevar a este famoso “¿y para qué… si total… (no voy a conseguir nada)?” y que tiene numerosas traducciones como, por ejemplo, “y con esto, ¿van a conseguir algo?”, o “pero, ¿qué proponen ellos? (dando a entender que no proponen nada, no con afán de saber cuáles son sus intenciones”, etc.

-                 El miedo, el temor a lo desconocido y que se podría resumir en el refrán “más vale malo conocido que bueno por conocer”. O dicho de otra manera: a ver si, con tanta agitación, vamos a perder lo poco que tenemos o nos van a apalear.

-                 El perfeccionismo, una actitud hipercrítica que no permite consolidar nada puesto que cualquier logro o avance que sea menos que perfecto no sirve.

-                 El desgaste, la dificultad para mantener la motivación cuando tras la euforia inicial, empezamos a notar los primeros signos de cansancio y de duda. Las luces de los focos ya se han apagado, la música y los aplausos han dejado de sonar…

 -                 El hábito de delegar excesivamente en los supuestos líderes o expertos, preguntarnos “¿qué van a hacer?” en lugar de “¿qué vamos a hacer?”, el no ser suficientemente conscientes de que las cosas las tenemos que hacer entre todos, mal que nos pese.

 -                 La excesiva diversificación de propuestas y/o querer abarcar demasiado que nos puede llevar a lanzar mil flechas en el aire en lugar de una sola (o dos o tres) dirigidas a la diana. En este sentido, las estructuras más autoritarias lo tienen más fácil puesto que se hace lo que dice el líder y los demás a callar.

-                 La impaciencia, el espejismo del cambio fácil y rápido que nos lleva a querer recoger antes de haber sembrado.

-                 El victimismo, el excesivo recrearse en la autocompasión, quejarse mucho y actuar poco.

Cuando uno se propone cambios a título personal –desde, por ejemplo, dejar el tabaco hasta superar una depresión- también existen esos peligros, con matices pero iguales en la esencia. Son los enemigos del cambio, la parte que siempre defiende –o refuerza-, sin querer o queriendo, el status quo. Y esa parte está tanto dentro como fuera de nosotros mismos, insisto.

 Pero.., ¿cómo lo podemos combatir? Pues, la respuesta no es sencilla. Creo que con información adecuada (más allá de la tele y de los mensajes transmitidos por los “de siempre”), buceando en nuestro propio interior, procurando potenciar la capacidad crítica y de reflexión, educando y educándonos para promover una sociedad (y una mente) más libre y plural, potenciando valores más humanos, saltando al ruedo en lugar de mirar los toros desde la barrera y, sobre todo, con grandes dosis de coraje y generosidad y con la mirada dirigida hacia la línea del horizonte en vez de hacia el suelo.

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